viernes, 4 de febrero de 2011

Cuentos de viejas.

— ¿No crees en la magia?— Preguntó con voz firme la anciana. Observaba al muchacho con su único ojo sano bajo las sombras de una capucha.
      El zagal no abrió la boca. Miraba las huesudas manos de la vieja con gesto inquieto. Sus nudosos dedos se confundían con la madera del cayado sobre el que se apoyaba.

      Una carrasposa carcajada escapó a través de la sonrisa mellada de la anciana.

— Haces bien, muchacho.— la mujer se inclinó para mirar mejor al niño. Su decrépito rostro asomaba ahora bajo la capucha carmesí, luciendo un brillante ojo lechoso. El chico retrocedió un paso, vacilante.

—  ¡La magia no existe! — concluyó rotunda la vieja, golpeando bruscamente el suelo con su bastón. -El verdadero poder está aquí.— susurró señalándose la cabeza con una uña retorcida, y se sentó en el viejo tocón dando un suspiro.

      El muchacho apenas sabía qué pensar acerca de aquella vieja. Había oído los extravagantes rumores que iban de boca en boca por el pueblo acerca de ella. Era “la bruja de la Alameda”, decían, la que estropeaba la cosecha, la que enfermaba al ganado, la que hechizaba a jóvenes para luego devorarlos en su destartalada choza… pero él sólo veía a una anciana excéntrica y agotada. Aún así, la frágil anciana imponía un profundo temor en el corazón del muchacho… ¿o quizá eran los cuentos de viejas que había escuchado? El chico se sentó titubeante sobre la hierba, observándola con curiosidad.

—  ¿Es que no vas a decir nada, mocoso?— preguntó la vieja. — Estos niños del diablo… irrumpen en tu propiedad y se quedan ahí, como pasmarotes…— se quejó la anciana mirando al sol ponerse tras las montañas, como si esperase verlo asentir dándole la razón.

— Tiene chepa, señora...— soltó el chico diciendo lo primero que pasaba por su inocente cabecita. Hubo un breve silencio.

— ¿Chepa?... — la vieja se giró hacia el muchacho con el ceño fruncido, pero su gesto agrió se tornó en una risotada. — ... no... no, hijo. Las décadas traen sabiduría, tanta sabiduría que una no la puede guardar toda en el coco... ¿Por qué crees que las tortugas tienen ese enorme caparazón?.


      El chico se encogió de hombros.

—  Mi padre dice que es su casa. La llevan a cuestas como…

—  ¡No seas idiota!— le interrumpió golpeándose el muslo con la mano. — ¿Dónde iban a guardar si no los conocimientos de siglos de vida?— La anciana estalló en una carcajada y guiñó su lechoso ojo ciego al chaval.

      El chico sonrió. La vieja le caía bien. Jugueteaba nervioso con la tela de su jubón entre los dedos mientras la escrutaba. Tragó saliva y se atrevió a preguntarlo:

— Entonces… ¿eres una bruja o no?.

      La anciana rió con un agudo aullido. El inocente descaro del muchacho volvía a pillarla por sorpresa.

—  Endiablado muchacho…— musitó la mujer mostrando una mutilada sonrisa que se asemejaba más a una jaula destartalada que a una boca. — Una bruja… mmmh, sí, podría serlo si quisiera. ¿A ti qué te gustaría, mocoso?— El chico la miraba con un brillo de temor en los ojos, pero se esforzaba por no parecer asustado. No dijo nada.

      La anciana se inclinó para coger un diente de león y lo sujetó frente a su rostro. El chico miró cómo las semillas emplumadas formaban un perfecto orbe sobre el tallo de la flor. La vieja tomo aire y sopló, haciendo que las semillas se dispersasen alejándose en distintas direcciones. Desaparecieron de la vista de ambos flotando sobre la brisa como diminutas golondrinas.

—  Es muy posible que de cada pequeña semilla crezca una nueva flor… — Prosiguió la anciana posando su ojo sobre el muchacho.— De ti depende qué hacer con ella cuando la encuentres. Puedes cogerla y soplarla como acabo de hacer, sabiendo que su colorido legado te alegrará la vista pasado el tiempo. También puedes aplastarla y asegurarte de que su simiente no se propague… o simplemente puedes dejarla estar.— explicó la vieja con un brillo nostálgico en su ojo. Entonces, su rostro se tornó severo. —  Escucha muchacho...— La anciana hizo una pausa para tragar saliva. — Yo elijo ser una simple anciana ante la visita inesperada de un niño, elijo ser el viento que empuja las semillas de una flor, y elijo ser una bruja para un atajo de ignorantes que no quiero cerca de mí… Elijo ser una vieja chiflada… que muere en soledad…— Añadió con un hilo de voz a punto de quebrarse.

      La anciana se giró avergonzada para enjugarse una lágrima y se puso en pie con esfuerzo para encaminarse hacia su choza. La noche ya estaba al caer.

— Lárgate muchacho…— dijo dándole la espalda al chico ante el umbral de su cabaña.

     El muchacho la contempló apenado…

—  … Señora… No tiene por qué estar sola!— Se atrevió a decir. — Mañana volveré con mis amigos para hacerla compañía, ya verá que bien lo pasamos.— El chico se dio la vuelta con una sonrisa plasmada en la cara, y se alejó corriendo de la alameda. — La pobre sólo era una vieja con necesidad de un poco de compañía.— se dijo mientras saltaba a toda velocidad entre los helechos.

      La anciana continuaba detenida frente a la entrada de la choza, apoyada sobre su bastón. No podía contener las lágrimas de emoción. Había tratado a ese chaval como al diente de león, y mañana vendrían más como él… La boca se le hizo agua.

1 comentario:

  1. Ostras...me estaba enterneciendo por un instante, pero ahora me pregunto ¿será la carne de los niños la que se enternezca en un puchero?... :-o

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