lunes, 7 de febrero de 2011

La fuga.

     Se agitaba ruidosamente, sumido en la oscuridad de aquel minúsculo habitáculo, sin dejar de palpar las paredes. Presa de la desesperación, buscaba cualquier oquedad que pudiera servir como vía de escape. Sólo quedaba en él el ansia por recuperar la libertad de la que había sido privado durante aquel largo encierro.

     Desde que fue apresado, había recorrido un largo camino hasta llegar allí. Se había abierto paso por aquella mazmorra demencial deslizándose por las cavidades más estrechas, abriéndose paso por los túneles más sinuosos, húmedos y apestosos. Intuía que había llegado muy lejos, y casi podía saborear el aroma de la libertad. Así que daba vueltas y vueltas montando gran alboroto en la estancia. Envestía las paredes, saltaba, y recorría el lugar de arriba a abajo una y otra vez. Su instinto le decía que tarde o temprano hallaría la salida.

     Y no le faltó razón. De repente, las paredes empezaron a temblar. Comenzaron a desplegarse como si de la boca de un gran pez se tratase. ¡Era el momento! Con la fuerza de un torrente, se deslizó por la angosta brecha a toda velocidad. La fricción de su cuerpo contra las paredes provocaba un sonido tan intenso que le aturdía.

“PRRRRRRRRRRRRRRRPRPRPRRRRRRRRR”


     Era ensordecedor, pero no se detuvo. Siguió deslizándose a toda velocidad y el túnel comenzó a ensancharse, abriéndose al mundo.

“FFFSSsssshhhhh”

     La luz del sol le dio la bienvenida mientras, al fin, levantaba el vuelo.

— ¿Quíén ha sido?. — se escuchó en la lejanía, precediendo un gran alboroto.

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