¿Alguna vez habéis perdido a un amigo por culpa de un juego?
Yo perdí a mi mejor amigo por culpa del juego más demencial, adictivo y estratégico que la humanidad haya conocido: La Oca.
Ambos éramos expertos en los entresijos de este frenético juego.
Pensábamos cada movimiento al detalle. Nuestras endiabladas estrategias
podían llevarnos hasta jugadas de más de 60 minutos. Mi amigo poseía
una técnica abrumadora y una mente afilada como una gillete en
cuanto a lo que contar casillas y mover fichas se refiere. Mi fuerte
era el lanzamiento de dados, a los que hacía volar como copos de nieve
en una noche de aurora. Al ser expertos en disciplinas opuestas, las
partidas eran siempre muy reñidas, y acabábamos extenuados física y
mentalmente.
Aquella fatídica tarde de domingo, mi amigo estaba ejecutando los
movimientos de ficha con una coordinación soberbia. Por mi parte, mis
lanzamientos de dados se clavaban como relámpagos sobre el tablero. Era
el tramo final del juego y lo estábamos dando todo. Llegó mi turno y
necesitaba un 8 para sortear la Muerte y alcanzar la VICTORIA. Entonces,
ocurrió... Agité los dados y los lancé al aire en un movimiento de
muñeca rotatorio que los antiguos pergaminos shaolin llaman "La
Peonza