viernes, 4 de febrero de 2011

Vida de Mierda.


Tommy Mierda volvía a estar hasta el cuello de ídem. Irrumpió precipitadamente en el pub sin dejar de mirar atrás y corrió entre la multitud abriéndose paso a codazos hasta el fondo del local, para encerrarse en el cuarto de aseo. Maldecía con voz temblorosa mientras se palpaba los bolsillos en busca de un cigarro.

—   Mierda, mierda, mierda…—  murmuraba desesperado. Sacó algo de su pantalón y lo miró con ojos desorbitados. No era su paquete de Lucky Strike, pero aquel teléfono móvil le iba a ser ahora más útil que la nicotina.

Tecleó con el pulgar y se pegó el aparato al oído. Un tono… dos tonos… Tommy Mierda contemplaba su demacrado reflejo en un espejo cubierto de mugre. La coleta se le había deshecho y tenía los cabellos pegados a la cara por el sudor. Tres tonos… Cuatro tonos…

—  ¿Qué tripa se te ha roto ahora, Tommy? —  contestó al fin una voz ronca al otro lado del teléfono. —  ¡Son las dos de la puta madrugada!.

—   ¡Bruce, amigo, me persigue ese puto cherokee loco!—  Chilló Tommy como una rata.

—    Mierda, estaba durmiendo. No tengo tiempo para tus paranoias de cocainómano… —  contestó Bruce con desdén.

—   Escucha tío, ese tipo va a volarme los putos sesos. Me lo crucé en la esquina y, ¡Comenzó a dispararme! ¡Está loco!- Explicó atropelladamente, mientras se desplomaba pared abajo hasta quedar sentado en el suelo, calándose el pantalón de orines.

—   ¿Qué?—  Contestó la voz ronca de Bruce por el altavoz. —  Tommy Mierda, ¿Hace dos días que te sueltan del trullo y ya intentan matarte?—  preguntó con sorna.

—  ¡Hijo de puta, no se te ocurra reírte de mí!. —  Amenazó rompiendo en lágrimas. —  ¡Van a matarme, tío, tienes que sacarme de esta!.

—   Ok, Tommy…—  Las palabras sonaron despreocupadas, como si le importase una mierda lo que pasaba. —  ¿A quién has enfadado?.

—  Es ese indio psicópata, el gorila de Don Camilo…

Un silencio denso como alquitrán envolvió el aseo, hasta que el teléfono escupió una ronca carcajada.

—   Tommy, no me digas que Yuma el piel roja va detrás de ti… porque si es así, estás muerto.—  Concluyó la voz con sequedad.

—   Bruce, por favor, ¡Tienes que llamar a Don Camilo!, ¡Tienes que pedirle que le sujete la correa a su puto pitbull de culo rojo!… Haré lo que tú quieras, seré tu puta niña de los recados, pero por favor, sácame de ésta.—  Exhortó Tommy entre lágrimas.

— Eres un capullo Tommy… En los dos años que has estado a la sombra las cosas han cambiado mucho. Ese jodido indio le voló la tapa de los sesos al viejo Don Camilo y se ha adueñado del negocio. La puta mitad de la coca que hay en la Costa Oeste la mueve él…—  Bruce escuchó los gimoteos de Tommy Mierda al otro de la línea telefónica. —  Ese tipo es intocable, no puedo hacer nada.

Tommy subió de un brinco al borde del inodoro y husmeó con desesperación el oscuro callejón por el ventanuco. —  No me jodas Bruce, no es momento de bromear.

No hubo contestación.

— ¡Bruce!—  chilló Tommy Mierda como una rata acorralada.

—  Llevaré unas flores a tu madre.—  Los familiares pitidos de llamada interrumpida se dejaron escuchar por el pequeño altavoz, resonando por el cuartucho como campanas fúnebres.

Con un grito ahogado, Tommy lanzó el teléfono contra el espejo, diseminando esquirlas de cristal por todo el descuidado cuarto de baño. Resopló impotente, y se arregló la coleta con pulso tembloroso. Se echó un poco de agua en la cara, y se quedó por un segundo boquiabierto, contemplando su mutilado reflejo en el espejo roto, como si estuviese mirando un oráculo. Cerró los ojos y trató de concentrarse en el silencio y pensar… silencio… ¿Qué silencio? Tommy no oía ni un ruido y aquel antro debería estar bullendo de actividad… La música latina ya no se escuchaba de fondo,  tan sólo los latidos de su corazón a ritmo de locomotora. Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando escuchó unos pesados pasos acercarse a la puerta. Miró enloquecido el pequeño ventanuco del retrete. Llegó a pensar que si se cortaba un brazo lograría escurrirse por el agujero… pero antes de caer en la cuenta de la gilipollez que se estaba planteando, la puerta fue arrancada de los goznes de un violento golpe, desplomándose sobre él. Sepultado bajo la puerta, Tommy Mierda se retorcía como un pez en la cesta de un pescador, hasta que un brazo titánico atravesó la madera y le agarró por el cuello, dejándole suspendido en el aire frente al severo rostro de un enorme indio.

—   Te pillé, cucaracha.—  celebró el piel roja enseñando una dentadura perfecta de brillante oro. Con la mano libre desenfundó un descomunal machete, y se lo pasó a Tommy por la mejilla.

El poco valor que Tommy poseía le abandonó, tibio, chorreando por sus pantalones y salpicando los zapatos de piel de serpiente de Yuma, que no pudo evitar esbozar una mueca de asco.

—  Eres repugnante.—  Escupió el indio con desprecio. —  Vamos a terminar con esto rápido: Tú me vas a devolver el maletín que me has robado, y yo te mataré con el mayor sufrimiento posible. —  Declaró rotundo el gigante rojo.

Tommy Mierda río histérico mientras que las lágrimas fluían por sus chupadas mejillas.

—  Te equivocas de hombre, colega, no sé de qué maletín me hablas…—  Aseguró con un hilo de voz.

Yuma le cogió por el brazo, le puso la mano contra el lavabo y, sin cambiar el gesto, le hundió el machete entre los nudillos. Tommy se retorció chillando y se desplomó sobre el suelo, tiñéndolo de rojo con la sangre que manaba a borbotones de su mano.

— No tengo ganas de jugar.—  El indio se restregaba la manga derecha malhumorado. Unas gotas de sangre habían manchado el puño de su camisa Armani.

Poseído por el instinto más primario, Tommy agarró un pedazo de espejo roto y apuñaló frenéticamente la ingle del gigante. Cogido por sorpresa, el indio escupió una maldición en lengua cherokee y se llevó la mano a la entrepierna, dejando caer el machete al suelo. Tommy lo recogió al instante y volvió a apuñalar al piel roja, esta vez en el empeine de su enorme pie, atravesándoselo tan profundamente que la punta de la hoja casi se clava en el suelo. Un ronco bramido se dejó oír por el oscuro callejón trasero a través del ventanuco. Yuma se sostenía a duras penas en pie, y los instintos primarios de Tommy Mierda se activaron de nuevo. Se deslizó como una lombriz entre las piernas del indio, chapoteando sobre sangre y orín hasta salir del lavabo a cuatro patas. 

Corrió desorientado por el vacío pub asiéndose la mano herida en busca de la salida. Y no tardó en encontrarla, sólo que bloqueada. Dos tipos trajeados y con gafas de sol esperaban en el umbral. Los gorilas del indio, sin duda. Y lo peor es que le habían visto. Tommy  resopló y dio media vuelta para darse de bruces con una puerta que lucía el rótulo “privado”. Se coló por ella con rapidez, para meterse en una cocina no muy grande, completamente alicatada con unos baldosines que fueron blancos en otra época. Ajeno a este detalle, Tommy sólo reparó en la puerta que había al otro lado de la habitación. Corrió entre los mostradores grasientos y la pateó, abriéndola de par en par. Una brisa otoñal impregnada de olor a basura le dio la bienvenida al oscuro callejón trasero. Miró un instante al interior del local y vio a uno de los matones entrando en la cocina tras él, con una pistola en la mano. Tal y como esperaba, iba a tener que correr para salvar el pellejo.

Se lanzó a la carrera callejón abajo, pateando bolsas de basura y pisando charcos . El alumbrado era muy pobre, no había farolas en el callejón. Sólo le iluminaban las luces que se colaban desde la calle principal. Escuchó el fuerte estruendo de un disparo a su espalda, y saltaron chispas de un cubo de basura que se volcó a escasos centímetros de él. Tommy se encorvó, rezando con los dientes apretados para que el tirador no lograra alcanzarle. Apenas quedaban siete metros para alcanzar la calle principal, allí podría mezclarse con la multitud y desaparecer. Otro disparo. Esta vez notó el silbido de la bala junto a su oreja. Tres metros. El fugitivo tragó saliva y alcanzó la esquina de dos largas zancada. La calle estaba atestada de gente, lo normal para una zona de marcha en sábado por la noche. Tommy aún no estaba muy seguro de si era su día de suerte o todo lo contrario, pero suspiró aliviado al sentirse engullido por la multitud de transeúntes, que le empujaban bruscamente a su paso.
Notó que el subidón de adrenalina le abandonaba, la herida de la mano le ardía como un ascua al rojo, y la vista empezaba a nublársele. Un par de manzanas después, notó que sus piernas no podían seguir sosteniéndole, así que se retiró tambaleándose a un callejón.

— Santo Cristo bendito…—  Alcanzó a balbucear antes de caer desfallecido junto a un contenedor de basura..

2 comentarios:

  1. Mugriento, sangrante, sudoroso, pegajoso, palpitante, agonizante....¡TREPIDANTE!

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