Primer capítulo de una entrañable historia de terror Conquense.
MARI TRINI -1-
En lo alto de la pared, dos agujas se movieron para formar un perfecto ángulo recto, revelando que la una de la madrugada estaba al caer. Un viejo televisor proyectaba luces y sombras por todo el salón, coordinándolas en una frenética danza de claroscuros que concedía a la sala un falso halo de misterio. Falso, porque lo que allí ocurría era de lo más mundano: Mari Trini, estudiante de magisterio, estaba viendo la final de Gran Hermano en su decimosexta edición.
En el sofá, arropada con una manta y acurrucada con las piernas cruzadas, engullía puñados de palomitas de colores que sacaba de un bol oculto en su regazo. Aunque al día siguiente tenía un examen parcial, se había pasado las últimas tardes estudiando a conciencia para permitirse el lujo de quedarse hasta las tantas viendo su programa favorito. “Nada podrá impedir que esta noche vea la gala”, había dicho a sus compañeras aquella misma mañana en clase. Además, tampoco es que el examen fuera a ser muy difícil… Un poco de pinta, otro poco de colorea… en fin, magisterio.
Absorta en la mediocridad del espectáculo, Mari Trini se recreaba en los abdominales de Yeiko, un gogó de 23 años que, a pesar de su dudosa capacidad intelectual, sacudía la libido de la muchacha cada vez que se quitaba la camiseta. Cosa que, para deleite de Mari Trini, hacía más a menudo que construir oraciones gramaticalmente correctas.
En aquel momento, la anciana de estilismo estrafalario que presentaba el reality, se disponía a revelar el nombre del que sería primer finalista del concurso. Mari Trini se llevó un puñado de palomitas a la boca, abducida por la pequeña pantalla.
— Y el primer finalista de Gran Hermano 16 es… — La presentadora ocultaba su arrugado rostro con el sobre que custodiaba el nombre del finalista. Lo retiró a un lado y anunció con pose misteriosa —… ¡Lo sabremos sólo durante la publicidad