¿Alguna vez habéis perdido a un amigo por culpa de un juego?
Yo perdí a mi mejor amigo por culpa del juego más demencial, adictivo y estratégico que la humanidad haya conocido: La Oca.
Ambos éramos expertos en los entresijos de este frenético juego.
Pensábamos cada movimiento al detalle. Nuestras endiabladas estrategias
podían llevarnos hasta jugadas de más de 60 minutos. Mi amigo poseía
una técnica abrumadora y una mente afilada como una gillete en
cuanto a lo que contar casillas y mover fichas se refiere. Mi fuerte
era el lanzamiento de dados, a los que hacía volar como copos de nieve
en una noche de aurora. Al ser expertos en disciplinas opuestas, las
partidas eran siempre muy reñidas, y acabábamos extenuados física y
mentalmente.
Aquella fatídica tarde de domingo, mi amigo estaba ejecutando los
movimientos de ficha con una coordinación soberbia. Por mi parte, mis
lanzamientos de dados se clavaban como relámpagos sobre el tablero. Era
el tramo final del juego y lo estábamos dando todo. Llegó mi turno y
necesitaba un 8 para sortear la Muerte y alcanzar la VICTORIA. Entonces,
ocurrió... Agité los dados y los lancé al aire en un movimiento de
muñeca rotatorio que los antiguos pergaminos shaolin llaman "La
Peonza
viernes, 30 de enero de 2015
miércoles, 1 de mayo de 2013
Old wive’s tales
— Do you believe in magic? — The
old lady asked in a stern voice. She watched the child with her only eye from
behind her hood. The boy did not even open his mouth. He looked at the old
lady’s bony hands. Her knotty fingers almost got confused with the wood of the
crook which she was resting on.
A harsh guffaw escaped from the gap-toothed mouth of the old lady. — You are right, young boy.— The woman bent to see the child closely. Her decrepit face stuck out of the red ragged hood, showing a blind milky white eye. The boy stepped back, shaky. — Magic doesn’t exist! — the old woman concluded emphatically, as she hit the ground with her staff. — True power is here...— she whispered while pointing to her head with a twisted fingernail, and she sat on an old stump sighing.
The boy didn’t know what to think about that woman. He had heard the odd rumours on everyman’s lips. She was “the witch of the oakwood”, they said, the one who had ruined the harvest, poisoned the cattle or bewitched youngsters to devour them in her ramshackle hut... but he could only see an eccentric and exhausted old woman. Even so, the fragile woman imposed a deep fear in the boy’s heart... Or maybe it was the fear imposed by the murky stories he had heard? The boy sat on the grass confused, staring at the old lady with curiosity.
miércoles, 11 de mayo de 2011
TPPA: trastorno perceptivo persistente por alucinógenos
Primer capítulo de una entrañable historia de terror Conquense.
MARI TRINI -1-
En lo alto de la pared, dos agujas se movieron para formar un perfecto ángulo recto, revelando que la una de la madrugada estaba al caer. Un viejo televisor proyectaba luces y sombras por todo el salón, coordinándolas en una frenética danza de claroscuros que concedía a la sala un falso halo de misterio. Falso, porque lo que allí ocurría era de lo más mundano: Mari Trini, estudiante de magisterio, estaba viendo la final de Gran Hermano en su decimosexta edición.
En el sofá, arropada con una manta y acurrucada con las piernas cruzadas, engullía puñados de palomitas de colores que sacaba de un bol oculto en su regazo. Aunque al día siguiente tenía un examen parcial, se había pasado las últimas tardes estudiando a conciencia para permitirse el lujo de quedarse hasta las tantas viendo su programa favorito. “Nada podrá impedir que esta noche vea la gala”, había dicho a sus compañeras aquella misma mañana en clase. Además, tampoco es que el examen fuera a ser muy difícil… Un poco de pinta, otro poco de colorea… en fin, magisterio.
Absorta en la mediocridad del espectáculo, Mari Trini se recreaba en los abdominales de Yeiko, un gogó de 23 años que, a pesar de su dudosa capacidad intelectual, sacudía la libido de la muchacha cada vez que se quitaba la camiseta. Cosa que, para deleite de Mari Trini, hacía más a menudo que construir oraciones gramaticalmente correctas.
En aquel momento, la anciana de estilismo estrafalario que presentaba el reality, se disponía a revelar el nombre del que sería primer finalista del concurso. Mari Trini se llevó un puñado de palomitas a la boca, abducida por la pequeña pantalla.
— Y el primer finalista de Gran Hermano 16 es… — La presentadora ocultaba su arrugado rostro con el sobre que custodiaba el nombre del finalista. Lo retiró a un lado y anunció con pose misteriosa —… ¡Lo sabremos sólo durante la publicidad
domingo, 1 de mayo de 2011
Vida (un relato sobre las tres moiras).
Una rueca de hueso, más vieja que las propias montañas, giraba y giraba produciendo un ronroneo sincopado que resonaba por toda la caverna. Sólo tres candiles iluminaban aquel lúgubre y húmedo silo, hogar de Las Tres Hermanas. Cloto, la menor de ellas, sentada al artilugio de costura, pedaleaba mientras sostenía sobre su regazo un esponjoso montón de lana virgen. Sus dedos, huesudos y oscuros como ramas de vid, desmenuzaban la lana en finas hebras. El tosco mecanismo las engullía con avidez, haciéndolas girar en sus bobinas para concebir el hilo trabajado.
– ¡Oh! – Exclamó Cloto. – ¡Qué blancura! ¡Hermana, mira que hilo tan blanco!–
Láquesis, la mediana, soltó la madeja que sostenía entre las manos y se apresuró a recoger el hilo que brotaba al otro lado de la rueca.
– ¡Qué pureza¡ Cloto, mira su blancura inmaculada… Brilla como el platino. ¡Maravilloso! – Exclamó Láquesis con fascinación.
– ¡Maravilloso!– Convino Cloto deslumbrada también.
Las dos hermanas se volcaban en su tarea. Mientras la menor hacía girar la rueda y trabajaba la lana virgen, la mediana enrollaba en un ovillo el hilo labrado que salía de la rueca. La blanca tonalidad del filamento comenzó a cambiar paulatinamente por un intenso dorado. Embelesadas, las dos hermanas no quitaban ojo al hilo.
– Mira hermana, el hilo parece de oro, y es tan suave… es la infancia perfecta. Digna de un príncipe. – Láquesis esbozó una sonrisa mellada.
– ¡Dorado, el color de la felicidad! – Celebró Cloto.
Al poco, el hilo que surgía del artefacto de hueso comenzó a oscurecerse, cambiando el áureo por un deslucido negro alquitrán.
– ¡Láquesis! El hilo se ha vuelto negro como la pez. ¿No será cosa tuya?
Láquesis dio una risotada aguda.
– Un poco de drama hace la vida más interesante, ¿No crees? – respondió guiñando un ojo, sin dejar de enrollar el hilo de lana, ahora negro, en el ovillo. Las dos estallaron en estridentes carcajada.
– ¿Qué le ocurrirá?– Quiso saber Cloto.
– ¡Oh! – Exclamó Cloto. – ¡Qué blancura! ¡Hermana, mira que hilo tan blanco!–
Láquesis, la mediana, soltó la madeja que sostenía entre las manos y se apresuró a recoger el hilo que brotaba al otro lado de la rueca.
– ¡Qué pureza¡ Cloto, mira su blancura inmaculada… Brilla como el platino. ¡Maravilloso! – Exclamó Láquesis con fascinación.
– ¡Maravilloso!– Convino Cloto deslumbrada también.
Las dos hermanas se volcaban en su tarea. Mientras la menor hacía girar la rueda y trabajaba la lana virgen, la mediana enrollaba en un ovillo el hilo labrado que salía de la rueca. La blanca tonalidad del filamento comenzó a cambiar paulatinamente por un intenso dorado. Embelesadas, las dos hermanas no quitaban ojo al hilo.
– Mira hermana, el hilo parece de oro, y es tan suave… es la infancia perfecta. Digna de un príncipe. – Láquesis esbozó una sonrisa mellada.
– ¡Dorado, el color de la felicidad! – Celebró Cloto.
Al poco, el hilo que surgía del artefacto de hueso comenzó a oscurecerse, cambiando el áureo por un deslucido negro alquitrán.
– ¡Láquesis! El hilo se ha vuelto negro como la pez. ¿No será cosa tuya?
Láquesis dio una risotada aguda.
– Un poco de drama hace la vida más interesante, ¿No crees? – respondió guiñando un ojo, sin dejar de enrollar el hilo de lana, ahora negro, en el ovillo. Las dos estallaron en estridentes carcajada.
– ¿Qué le ocurrirá?– Quiso saber Cloto.
viernes, 25 de marzo de 2011
Ayahuasca.
Las sombras comienzan a bailar en un salón que luce más misterioso que nunca, y los muebles se unen a la danza con leves cambios de textura y sutiles ondulaciones en su contorno… Entonces me voy muy lejos, una distancia imposible de alcanzar para tratarse del insignificante segmento que cubren unos párpados al cerrarse.
Me transporto en décimas de segundo al corazón de la oscuridad, rodeado de negrura sin límite, hasta que sonrío. Es curioso, porque mi sonrisa parece invocar a una especie de Sol que comienza a brillar en un horizonte infinito, iluminando en grises un suelo que se mueve como si estuviera vivo. ¿O es que lo está? Me asalta la carcajada, y el sol se dispara hasta el zénit, pintando de colores lo que yacía bajo mi no-cuerpo, que de algún modo allí estaba reflejado.
Lagartos, de infinitos tamaños y formas, conforman la superficie sobre la que me hallo. Reptan unos sobre otros amontonados en una montaña viva, mimetizándose entre ellos con sus pieles de tonos cálidos y motivos extravagantes.
Los observo moverse, maravillado. Se restriegan los unos contra otros en un absurdo empeño por no llegar a ningún lugar concreto. Entonces el Sol palidece, y el blanco y negro se adueñan de la escena… hasta que vuelvo a reír, divertido por lo descabellado de la situación. Las carcajadas avivan a este Sol como el viento hace con las ascuas de una hoguera, y todo vuelve a teñirse con los colores más intensos que la escala cromática se atreve a mostrar. ¿Por qué parece como si mi risa lo estimulara todo?
Un enorme reptil surge bajo mis pies, abre la boca y me engulle en lo que es un jodido orgasmo mental, tan guarro que derretiría el cerebro a una monja de clausura. Me deslizo por sus tripas entre suspiros hacia un remolino de imágenes que danzan en frenesí.
Vuelvo a la realidad poco a poco, acurrucado en el sofá-cama del salón. Descanso un rato con las piernas alzadas, apoyadas contra la pared.. Quizá tener las piernas en alto haya “concentrado” la DMT en mi cerebro, porque vuelvo a despegar con intensidad.
Seres caricaturescos en escenas peculiares como poco, desfilan aleatoriamente durante un rato, y el cansancio que ya hace mella en mí empieza a incomodarme. Mis intentos por desconectar resultan fútiles. No tengo más remedio que perderme en mis pensamientos, que corren desbocados en un torrente que yo no puedo redirigir. Imágenes de meticulosa exactitud evocan a familiares y conocidos, sometiéndome a examen, evaluando aspectos inadvertidos de mi relación social con cada uno… Hay tantas cosas que quiero cambiar…
A ver si empiezo mañana…
lunes, 7 de febrero de 2011
La fuga.
Se agitaba ruidosamente, sumido en la oscuridad de aquel minúsculo habitáculo, sin dejar de palpar las paredes. Presa de la desesperación, buscaba cualquier oquedad que pudiera servir como vía de escape. Sólo quedaba en él el ansia por recuperar la libertad de la que había sido privado durante aquel largo encierro.
Desde que fue apresado, había recorrido un largo camino hasta llegar allí. Se había abierto paso por aquella mazmorra demencial deslizándose por las cavidades más estrechas, abriéndose paso por los túneles más sinuosos, húmedos y apestosos. Intuía que había llegado muy lejos, y casi podía saborear el aroma de la libertad. Así que daba vueltas y vueltas montando gran alboroto en la estancia. Envestía las paredes, saltaba, y recorría el lugar de arriba a abajo una y otra vez. Su instinto le decía que tarde o temprano hallaría la salida.
Y no le faltó razón. De repente, las paredes empezaron a temblar. Comenzaron a desplegarse como si de la boca de un gran pez se tratase. ¡Era el momento! Con la fuerza de un torrente, se deslizó por la angosta brecha a toda velocidad. La fricción de su cuerpo contra las paredes provocaba un sonido tan intenso que le aturdía.
“PRRRRRRRRRRRRRRRPRPRPRRRRRRRRR”
Era ensordecedor, pero no se detuvo. Siguió deslizándose a toda velocidad y el túnel comenzó a ensancharse, abriéndose al mundo.
“FFFSSsssshhhhh”
La luz del sol le dio la bienvenida mientras, al fin, levantaba el vuelo.
— ¿Quíén ha sido?. — se escuchó en la lejanía, precediendo un gran alboroto.
Desde que fue apresado, había recorrido un largo camino hasta llegar allí. Se había abierto paso por aquella mazmorra demencial deslizándose por las cavidades más estrechas, abriéndose paso por los túneles más sinuosos, húmedos y apestosos. Intuía que había llegado muy lejos, y casi podía saborear el aroma de la libertad. Así que daba vueltas y vueltas montando gran alboroto en la estancia. Envestía las paredes, saltaba, y recorría el lugar de arriba a abajo una y otra vez. Su instinto le decía que tarde o temprano hallaría la salida.
Y no le faltó razón. De repente, las paredes empezaron a temblar. Comenzaron a desplegarse como si de la boca de un gran pez se tratase. ¡Era el momento! Con la fuerza de un torrente, se deslizó por la angosta brecha a toda velocidad. La fricción de su cuerpo contra las paredes provocaba un sonido tan intenso que le aturdía.
“PRRRRRRRRRRRRRRRPRPRPRRRRRRRRR”
Era ensordecedor, pero no se detuvo. Siguió deslizándose a toda velocidad y el túnel comenzó a ensancharse, abriéndose al mundo.
“FFFSSsssshhhhh”
La luz del sol le dio la bienvenida mientras, al fin, levantaba el vuelo.
— ¿Quíén ha sido?. — se escuchó en la lejanía, precediendo un gran alboroto.
sábado, 5 de febrero de 2011
Gluko & Lennon
El vídeo del otro día era muy siniestro, así que hoy traigo su reverso edulcorado.
Gluko & Lennon SPA from Gluko & Lennon on Vimeo.
Me dan ganas de comerme a gluko.
Gluko & Lennon SPA from Gluko & Lennon on Vimeo.
Me dan ganas de comerme a gluko.
viernes, 4 de febrero de 2011
Vida de Mierda.
Tommy Mierda volvía a estar hasta el cuello de ídem. Irrumpió precipitadamente en el pub sin dejar de mirar atrás y corrió entre la multitud abriéndose paso a codazos hasta el fondo del local, para encerrarse en el cuarto de aseo. Maldecía con voz temblorosa mientras se palpaba los bolsillos en busca de un cigarro.
— Mierda, mierda, mierda…— murmuraba desesperado. Sacó algo de su pantalón y lo miró con ojos desorbitados. No era su paquete de Lucky Strike, pero aquel teléfono móvil le iba a ser ahora más útil que la nicotina.
Tecleó con el pulgar y se pegó el aparato al oído. Un tono… dos tonos… Tommy Mierda contemplaba su demacrado reflejo en un espejo cubierto de mugre. La coleta se le había deshecho y tenía los cabellos pegados a la cara por el sudor. Tres tonos… Cuatro tonos…
— ¿Qué tripa se te ha roto ahora, Tommy? — contestó al fin una voz ronca al otro lado del teléfono. — ¡Son las dos de la puta madrugada!.
— ¡Bruce, amigo, me persigue ese puto cherokee loco!— Chilló Tommy como una rata.
— Mierda, estaba durmiendo. No tengo tiempo para tus paranoias de cocainómano… — contestó Bruce con desdén.
— Escucha tío, ese tipo va a volarme los putos sesos. Me lo crucé en la esquina y, ¡Comenzó a dispararme! ¡Está loco!- Explicó atropelladamente, mientras se desplomaba pared abajo hasta quedar sentado en el suelo, calándose el pantalón de orines.
— ¿Qué?— Contestó la voz ronca de Bruce por el altavoz. — Tommy Mierda, ¿Hace dos días que te sueltan del trullo y ya intentan matarte?— preguntó con sorna.
— ¡Hijo de puta, no se te ocurra reírte de mí!. — Amenazó rompiendo en lágrimas. — ¡Van a matarme, tío, tienes que sacarme de esta!.
— Ok, Tommy…— Las palabras sonaron despreocupadas, como si le importase una mierda lo que pasaba. — ¿A quién has enfadado?.
Cuentos de viejas.
— ¿No crees en la magia?— Preguntó con voz firme la anciana. Observaba al muchacho con su único ojo sano bajo las sombras de una capucha.
El zagal no abrió la boca. Miraba las huesudas manos de la vieja con gesto inquieto. Sus nudosos dedos se confundían con la madera del cayado sobre el que se apoyaba.
Una carrasposa carcajada escapó a través de la sonrisa mellada de la anciana.
— Haces bien, muchacho.— la mujer se inclinó para mirar mejor al niño. Su decrépito rostro asomaba ahora bajo la capucha carmesí, luciendo un brillante ojo lechoso. El chico retrocedió un paso, vacilante.
— ¡La magia no existe! — concluyó rotunda la vieja, golpeando bruscamente el suelo con su bastón. -El verdadero poder está aquí.— susurró señalándose la cabeza con una uña retorcida, y se sentó en el viejo tocón dando un suspiro.
El muchacho apenas sabía qué pensar acerca de aquella vieja. Había oído los extravagantes rumores que iban de boca en boca por el pueblo acerca de ella. Era “la bruja de la Alameda”, decían, la que estropeaba la cosecha, la que enfermaba al ganado, la que hechizaba a jóvenes para luego devorarlos en su destartalada choza… pero él sólo veía a una anciana excéntrica y agotada. Aún así, la frágil anciana imponía un profundo temor en el corazón del muchacho… ¿o quizá eran los cuentos de viejas que había escuchado? El chico se sentó titubeante sobre la hierba, observándola con curiosidad.
— ¿Es que no vas a decir nada, mocoso?— preguntó la vieja. — Estos niños del diablo… irrumpen en tu propiedad y se quedan ahí, como pasmarotes…— se quejó la anciana mirando al sol ponerse tras las montañas, como si esperase verlo asentir dándole la razón.
— Tiene chepa, señora...— soltó el chico diciendo lo primero que pasaba por su inocente cabecita. Hubo un breve silencio.
— ¿Chepa?... — la vieja se giró hacia el muchacho con el ceño fruncido, pero su gesto agrió se tornó en una risotada. — ... no... no, hijo. Las décadas traen sabiduría, tanta sabiduría que una no la puede guardar toda en el coco... ¿Por qué crees que las tortugas tienen ese enorme caparazón?.
El zagal no abrió la boca. Miraba las huesudas manos de la vieja con gesto inquieto. Sus nudosos dedos se confundían con la madera del cayado sobre el que se apoyaba.
Una carrasposa carcajada escapó a través de la sonrisa mellada de la anciana.
— Haces bien, muchacho.— la mujer se inclinó para mirar mejor al niño. Su decrépito rostro asomaba ahora bajo la capucha carmesí, luciendo un brillante ojo lechoso. El chico retrocedió un paso, vacilante.
— ¡La magia no existe! — concluyó rotunda la vieja, golpeando bruscamente el suelo con su bastón. -El verdadero poder está aquí.— susurró señalándose la cabeza con una uña retorcida, y se sentó en el viejo tocón dando un suspiro.
El muchacho apenas sabía qué pensar acerca de aquella vieja. Había oído los extravagantes rumores que iban de boca en boca por el pueblo acerca de ella. Era “la bruja de la Alameda”, decían, la que estropeaba la cosecha, la que enfermaba al ganado, la que hechizaba a jóvenes para luego devorarlos en su destartalada choza… pero él sólo veía a una anciana excéntrica y agotada. Aún así, la frágil anciana imponía un profundo temor en el corazón del muchacho… ¿o quizá eran los cuentos de viejas que había escuchado? El chico se sentó titubeante sobre la hierba, observándola con curiosidad.
— ¿Es que no vas a decir nada, mocoso?— preguntó la vieja. — Estos niños del diablo… irrumpen en tu propiedad y se quedan ahí, como pasmarotes…— se quejó la anciana mirando al sol ponerse tras las montañas, como si esperase verlo asentir dándole la razón.
— Tiene chepa, señora...— soltó el chico diciendo lo primero que pasaba por su inocente cabecita. Hubo un breve silencio.
— ¿Chepa?... — la vieja se giró hacia el muchacho con el ceño fruncido, pero su gesto agrió se tornó en una risotada. — ... no... no, hijo. Las décadas traen sabiduría, tanta sabiduría que una no la puede guardar toda en el coco... ¿Por qué crees que las tortugas tienen ese enorme caparazón?.
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