¿Alguna vez habéis perdido a un amigo por culpa de un juego?
Yo perdí a mi mejor amigo por culpa del juego más demencial, adictivo y estratégico que la humanidad haya conocido: La Oca.
Ambos éramos expertos en los entresijos de este frenético juego.
Pensábamos cada movimiento al detalle. Nuestras endiabladas estrategias
podían llevarnos hasta jugadas de más de 60 minutos. Mi amigo poseía
una técnica abrumadora y una mente afilada como una gillete en
cuanto a lo que contar casillas y mover fichas se refiere. Mi fuerte
era el lanzamiento de dados, a los que hacía volar como copos de nieve
en una noche de aurora. Al ser expertos en disciplinas opuestas, las
partidas eran siempre muy reñidas, y acabábamos extenuados física y
mentalmente.
Aquella fatídica tarde de domingo, mi amigo estaba ejecutando los
movimientos de ficha con una coordinación soberbia. Por mi parte, mis
lanzamientos de dados se clavaban como relámpagos sobre el tablero. Era
el tramo final del juego y lo estábamos dando todo. Llegó mi turno y
necesitaba un 8 para sortear la Muerte y alcanzar la VICTORIA. Entonces,
ocurrió... Agité los dados y los lancé al aire en un movimiento de
muñeca rotatorio que los antiguos pergaminos shaolin llaman "La
Peonza
de los Dioses". Ante nuestras nerviosas miradas, los dados
giraban como bailarinas puestas hasta el culo de anfetas por el tablero.
El primer dado se paró con un 6. Eso me dejaba fuera del alcance de
las garras de la Muerte, cuanto menos. Sonreí con satisfacción y miré de
reojo a mi adversario, notando en su faz el peso del miedo. Pero "La
Peonza de los Dioses" es caprichosa, y los acontecimientos que
desencadenan trascienden más allá del juego, afectando al mundo real: El
segundo dado giró y colisionó contra mi ficha desplazándola hasta la
meta y, tras dar dos vueltas más, se detuvo mostrándonos el 2 en su
cara superior. No me hacía falta ni mover la ficha hasta la casilla de
llegada: "La Peonza de los DIoses" ya lo había hecho todo por mí.
Mi amigo enloqueció. Lanzó el tablero contra la pared desperdigando
todas las fichas por el suelo y me llamó tramposo. Dijo que "La Peonza
de los DIoses" era un movimiento prohibido. Tuve que escupirle a la
cara con desprecio, y la cosa llegó a las manos. Aquella noche la
pasamos los dos en la UCI. No volvimos a hablarnos.
Entonces aprendí que hay ciertas fuerzas en el universo que es mejor
dejar tranquilas. Por eso aquella fue, y será, mi última partida a la
Oca.
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