viernes, 30 de enero de 2015

Amistades que acaban mal.

¿Alguna vez habéis perdido a un amigo por culpa de un juego?

Yo perdí a mi mejor amigo por culpa del juego más demencial, adictivo y estratégico que la humanidad haya conocido: La Oca.

Ambos éramos expertos en los entresijos de este frenético juego. Pensábamos cada movimiento al detalle. Nuestras endiabladas estrategias podían llevarnos hasta jugadas de más de 60 minutos. Mi amigo poseía una técnica abrumadora y una mente afilada como una gillete en cuanto a lo que contar casillas y mover fichas se refiere. Mi fuerte era el lanzamiento de dados, a los que hacía volar como copos de nieve en una noche de aurora. Al ser expertos en disciplinas opuestas, las partidas eran siempre muy reñidas, y acabábamos extenuados física y mentalmente.

Aquella fatídica tarde de domingo, mi amigo estaba ejecutando los movimientos de ficha con una coordinación soberbia. Por mi parte, mis lanzamientos de dados se clavaban como relámpagos sobre el tablero. Era el tramo final del juego y lo estábamos dando todo. Llegó mi turno y necesitaba un 8 para sortear la Muerte y alcanzar la VICTORIA. Entonces, ocurrió... Agité los dados y los lancé al aire en un movimiento de muñeca rotatorio que los antiguos pergaminos shaolin llaman "La Peonza
de los Dioses". Ante nuestras nerviosas miradas, los dados giraban como bailarinas puestas hasta el culo de anfetas por el tablero. El primer dado se paró con un 6. Eso me dejaba fuera del alcance de las garras de la Muerte, cuanto menos. Sonreí con satisfacción y miré de reojo a mi adversario, notando en su faz el peso del miedo. Pero "La Peonza de los Dioses" es caprichosa, y los acontecimientos que desencadenan trascienden más allá del juego, afectando al mundo real: El segundo dado giró y colisionó contra mi ficha desplazándola hasta la meta y, tras dar dos vueltas más, se detuvo mostrándonos el 2 en su cara superior. No me hacía falta ni mover la ficha hasta la casilla de llegada: "La Peonza de los DIoses" ya lo había hecho todo por mí.

Mi amigo enloqueció. Lanzó el tablero contra la pared desperdigando todas las fichas por el suelo y me llamó tramposo. Dijo que "La Peonza de los DIoses" era un movimiento prohibido. Tuve que escupirle a la cara con desprecio, y la cosa llegó a las manos. Aquella noche la pasamos los dos en la UCI. No volvimos a hablarnos.

Entonces aprendí que hay ciertas fuerzas en el universo que es mejor dejar tranquilas. Por eso aquella fue, y será, mi última partida a la Oca.

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